jueves, 5 de abril de 2012

El soñador (I)

Es de noche y todos duermen. Me deslizo furtivo entre las sombras de sus dormitorios, y siempre es lo mismo. Tensos y cansados de luchar, sus párpados se cierran, sus pechos se mecen despacio y al fin se abandonan. Y sueñan.

En sueños, la lucha continúa para muchos. Lo veo en sus rostros, en el ritmo de su respirar. Salto, como de flor en flor, observándolos: vulnerables en el olvido pero más felices que en la vigilia; las preocupaciones, poco a poco, les dejan marchar y caen libres hacia las profundidades, donde el abismo les atrae a su amoroso regazo.

Hay uno que me conmueve especialmente, y me detengo a mirarlo. Yace inmóvil entre las sábanas desordenadas, ajeno al haz de luz que la luna refleja desde su esfera para bañar su cuerpo a través de la ventana. Dentro de poco rozará su rostro y quizá despertará, tan frágil es el sueño. Es joven pero ya se ve abrumado por tensiones y discordias. Percibo, en cambio, que ahora llora de felicidad en silencio y sin lágrimas, engañado por la ilusión que él mismo ha creado. Es esa vibración contradictoria, fruto del placer y de la lucha, lo que me ha atraído a su lecho. Curioso, poso la mirada en sus bailarines párpados, veo y comprendo.

En su sueño, es un héroe, un líder de hombres, un rey surgido de entre los oprimidos para traer la justicia y la paz al reino, por la espada. No lo sabe, pero la guerra se prolonga ya por más de trescientos años. Pienso que es hora de firmar la paz, pues las huestes de su yo multiplicado están exhaustas y piden descansar.

Desciendo por la escalera de caracol que baja hacia el abismo y me encuentro contemplando un paraje verde, arbolado, de ensueño. Bajo el cielo claro, disputan el rey y sus comandantes sobre el curso a seguir en la próxima batalla. Está contento, posee la mirada épica del héroe, osado y destellante de poder, impaciente por combatir. Decido seguirle el juego. Oculto entre los arbustos, adquiero una forma distinta y salgo al claro.

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